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domingo, 27 de marzo de 2011

Piruleta roja..

Hoolaaa, primer entrada, jeje.Espero que os guste:
Encargas de romper las cosas que más valor tienen y tampoco te importa. Te encargas de robarme las lágrimas que jamás antes derramé. Te encargas de cultivar en mí el odio que nadie ha tenido por ti. Te encargas de deshacerte de la dulzura que las piruletas rojas siempre tienen. Ellas la tienen, sí, esa dulzura envidiable que quisiéramos tener todos en nuestra vida, minuto tras minuto, saboreando a cada segundo un gramo de azúcar.
Pero es que la vida no es tan dulce. Siempre guarda momentos amargos, y entonces, no hay piruleta que valga. Y a veces cuando hay, tampoco sirve de tanto porque son esas piruletas que ya vienen rotas, y no es lo mismo. Nunca es lo mismo, encontrarte con algo roto que con algo que no lo está.
Y la vida también es así. Se asemeja a ese tipo de piruleta que generalmente no nos suele gustar.
Cuando viene alguien ante ti y te ve tan hundida, o, por el contrario, algo triste, sabe sin preguntar y casi sin imaginarse, que tu vida no está en el mejor peldaño de la escalera, y que tú estás rota. Rota como esa piruleta.
Y a estas alturas de mi vida, no me niego a disfrutar de la dulzura de una piruleta. No me asustan. No quiero pensar que mi vida puede dejar de ser dulce, o que en mis próximos años no lo será, o no saborearé momentos felices. Quiero morder, masticar, lamer mi vida. Disfrutar de ella. Darle lo que se merece, para recibir lo que me merezco. Vivir cada segundo de aire, de gusto, de tacto...
Quiero esa piruleta de mi vida. La quiero porque sé que en algún sitio podré comprar la piruleta más roja, la más roja de todas. La más dulce. Y entonces será mía, e incluso me dará miedo romper el envoltorio y saborearla. Pero si algún día la encuentro, la compro y me la quedo, prometo saborearla muy lentamente, para que se me haga largo, y así, también se alarguen los minutos felices que recordaré el resto de mi vida.
Quiero esa piruleta de mi vida, en algún momento de mi vida. Y creo que no vale la pena rendirme.
Porque todo siempre puede ser más dulce. Más. Más.
Mucho más.

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